miércoles, 22 de abril de 2020

EN EL OCHENTA ANIVERSARIO DE LA CLAUSURA DEL CAMPO DE CONCENTRACIÓN DE CASTUERA (1940-2020)



Este texto está dedicado a Carolina Sayabera, fallecida recientemente, víctima de la represión franquista, cuyo entereza fue y será ejemplo para las personas que luchamos por la memoria de las víctimas de la dictadura.

Entre finales de marzo y primeros de abril de 1940 era definitivamente clausurado el Campo de Concentración de Prisioneros de Castuera. Un campo de Concentración franquista que comenzó a funcionar apenas acabada la guerra civil. No es difícil imaginar aquellos primeros días de una dura, durísima primavera para los vencidos (marcada por la desolación y el hambre, como el año anterior y los inmediatamente posteriores), la evacuación de los presos que aún restaban en la Prisión Central a otros presidios, así como el desmantelamiento progresivo de los barracones de madera, techados con uralita, y el perímetro alambrado del recinto, donde tantos y tantos presos habían sufrido una de las formas más brutales de represión política: el confinamiento en un recinto alambrado, subalimentados, desastrados y despojados prácticamente de identidad, a merced de una violencia física que transitaba desde la paliza caprichosa a la “desaparición”, que desembocaba sistemáticamente en el asesinato y la fosa clandestina.

Fotografía del vuelo americano. Años 50


Y si continuamos imaginando, una vez clausurado, y cuando los últimos obreros, quizá presos del mismo Campo, se hubieron marchado, quedó una gran explanada, concretamente setenta y dos mil metros cuadrados, posiblemente convertida en un barrizal por las lluvias primaverales, pero donde se observarían perfectamente en un terreno apisonado por el hacinamiento de miles de personas, tanto la traza de las calles con su irregular empedrado, como la peana de cemento donde un día se asentó la cruz. También se verían los lavaderos, y presidiendo el espacio, ominosamente, la bocamina de La Gamonita.

Bocamina de La Gamonita, en los aledaños del Campo de Concentración


Pasados los años, al espacio se lo tragó el olvido y la memoria entró en estado de “hibernación”, sin rebasar los más estrictos círculos íntimos de las personas que habían sufrido tan terrible experiencia. Y la memoria “hibernó” porque en contextos hostiles, como el de la dictadura de Franco, esa memoria no se manifiesta pero late. Late en los entornos familiares, late en el exilio, late en los más estrechos círculos de camaradería…

Y pasan las décadas, ya bien entrada la democracia, y esa memoria, salvo algunas excepciones (los textos de Justo Vila que subrayan la barbarie de la dictadura y la existencia de ese Campo de Concentración), continúa en la esfera privada. Un olvido al que tampoco ayuda la falta de conocimiento sobre ese espacio, por lo que, y dada la escasa documentación existente sobre el mismo, se comenzará a recoger testimonios de prisioneros del Campo, para construir un tan necesario como arduo relato historiográfico. Unos testimonios que no solo aportan información para la historia sino que, primordialmente, aportan lecciones de sufrimiento y dignidad.

Portada de  libro de Justo Vila cuya primera edición es de mayo de 1983 y donde se menciona el Campo de Concentración de Castuera como lugar de represión franquista de postguerra en Extremadura


Y una vez conocido de primera mano el sufrimiento, y el silencio impuesto durante décadas, la sociedad civil, ya en este siglo, organizará esa memoria y la traerá al espacio público. Una presencia en el espacio público que no solo reconfortará a las víctimas del franquismo y sus familiares, sino que también trazará una gruesa línea entre coraje cívico e indiferencia, entre democracia y dictadura y, en definitiva, entre justicia y olvido.

Un Homenaje a las víctimas del franquismo en el Campo de Concentración de Castuera


Ahora, cuando han pasado ochenta años desde que se clausuró el Campo, cuando ya prácticamente casi todas las personas que vivieron aquella época han fallecido, resta una dura y grave tarea a la sociedad civil y a nuestras instituciones democráticas: en primer lugar la asunción por parte del Estado Español de la aplicación de los más elementales Derechos Humanos para las Víctimas del Franquismo, empezando por la judicialización de los asesinatos y las fosas clandestinas del franquismo. Y en segundo lugar, la preservación de la memoria de tantas y tantas víctimas del franquismo, porque esto no es cuestión partidista y supone un paso insoslayable en la construcción de nuestra democracia, ya que ésta hay que ir ganándola día a día.

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