Este
texto está dedicado a Carolina Sayabera, fallecida recientemente, víctima de la
represión franquista, cuyo entereza fue y será ejemplo para las personas que
luchamos por la memoria de las víctimas de la dictadura.
Entre finales de marzo
y primeros de abril de 1940 era definitivamente clausurado el Campo de
Concentración de Prisioneros de Castuera. Un campo de Concentración franquista
que comenzó a funcionar apenas acabada la guerra civil. No es difícil imaginar
aquellos primeros días de una dura, durísima primavera para los vencidos
(marcada por la desolación y el hambre, como el año anterior y los inmediatamente
posteriores), la evacuación de los presos que aún restaban en la Prisión
Central a otros presidios, así como el desmantelamiento progresivo de los
barracones de madera, techados con uralita, y el perímetro alambrado del
recinto, donde tantos y tantos presos habían sufrido una de las formas más
brutales de represión política: el confinamiento en un recinto alambrado,
subalimentados, desastrados y despojados prácticamente de identidad, a merced
de una violencia física que transitaba desde la paliza caprichosa a la
“desaparición”, que desembocaba sistemáticamente en el asesinato y la fosa clandestina.
Fotografía del vuelo americano. Años 50 |
Y si continuamos
imaginando, una vez clausurado, y cuando los últimos obreros, quizá presos del
mismo Campo, se hubieron marchado, quedó una gran explanada, concretamente setenta
y dos mil metros cuadrados, posiblemente convertida en un barrizal por las
lluvias primaverales, pero donde se observarían perfectamente en un terreno
apisonado por el hacinamiento de miles de personas, tanto la traza de las
calles con su irregular empedrado, como la peana de cemento donde un día se
asentó la cruz. También se verían los lavaderos, y presidiendo el espacio,
ominosamente, la bocamina de La Gamonita.
Bocamina de La Gamonita, en los aledaños del Campo de Concentración |
Pasados los años, al
espacio se lo tragó el olvido y la memoria entró en estado de “hibernación”, sin
rebasar los más estrictos círculos íntimos de las personas que habían sufrido
tan terrible experiencia. Y la memoria “hibernó” porque en contextos hostiles,
como el de la dictadura de Franco, esa memoria no se manifiesta pero late. Late
en los entornos familiares, late en el exilio, late en los más estrechos
círculos de camaradería…
Y pasan las décadas, ya
bien entrada la democracia, y esa memoria, salvo algunas excepciones (los
textos de Justo Vila que subrayan la barbarie de la dictadura y la existencia
de ese Campo de Concentración), continúa en la esfera privada. Un olvido al que
tampoco ayuda la falta de conocimiento sobre ese espacio, por lo que, y dada la
escasa documentación existente sobre el mismo, se comenzará a recoger
testimonios de prisioneros del Campo, para construir un tan necesario como arduo
relato historiográfico. Unos testimonios que no solo aportan información para
la historia sino que, primordialmente, aportan lecciones de sufrimiento y
dignidad.
Portada de libro de Justo Vila cuya primera edición es de mayo de 1983 y donde se menciona el Campo de Concentración de Castuera como lugar de represión franquista de postguerra en Extremadura |
Y una vez conocido de
primera mano el sufrimiento, y el silencio impuesto durante décadas, la
sociedad civil, ya en este siglo, organizará esa memoria y la traerá al espacio
público. Una presencia en el espacio público que no solo reconfortará a las
víctimas del franquismo y sus familiares, sino que también trazará una gruesa
línea entre coraje cívico e indiferencia, entre democracia y dictadura y, en
definitiva, entre justicia y olvido.
Un Homenaje a las víctimas del franquismo en el Campo de Concentración de Castuera |
Ahora, cuando han
pasado ochenta años desde que se clausuró el Campo, cuando ya prácticamente
casi todas las personas que vivieron aquella época han fallecido, resta una dura
y grave tarea a la sociedad civil y a nuestras instituciones democráticas: en
primer lugar la asunción por parte del Estado Español de la aplicación de los
más elementales Derechos Humanos para las Víctimas del Franquismo, empezando
por la judicialización de los asesinatos y las fosas clandestinas del
franquismo. Y en segundo lugar, la preservación de la memoria de tantas y
tantas víctimas del franquismo, porque esto no es cuestión partidista y supone un
paso insoslayable en la construcción de nuestra democracia, ya que ésta hay que
ir ganándola día a día.
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